EL SABOR DE LA MÚSICA

Por casualidad, he dado con un artículo de lo más curioso, al menos para aquellos a los que nos gusta indagar en cómo funcionan los sentidos. Se trata de un estudio publicado en la revista “Perception”, en el que se intenta desvelar la relación entre los sabores básicos (menos el umami) y la música, y viceversa.

Los autores comienzan exponiendo que ya algunos músicos hablan de términos sápidos para definir algunas composiciones. Por ejemplo, Berlioz hablaba de la “pequeña agridulce voz“ del oboe. Basándose en este tipo de relación, los autores del trabajo se plantearon, en primer lugar, si los términos del gusto provocaban representaciones musicales consistentes, pidiendo a diferentes músicos que improvisaran sobre la base de los cuatros sabores básicos: dulce, ácido, amargo y salado (vamos, que le decían a un músico «ácido» y se ponía a improvisar). Encontraron que los términos de sabor provocaron  patrones musicales bastante consistentes: las improvisaciones para “amargo” tenían un tono bajo y sin interrupciones entre notas; las “saladas” eran staccato (notas acortadas y separadas unas de otras de manera cortante). Las composiciones “ácidas” se caracterizaban por ser de tonos altos y disonantes (¡es cierto! Si me imagino una música “ácida” es así), y las “dulces” eran lentas, suaves y con consonancia. No hay duda de que gran parte de esta relación es aprendida, cultural. Pero seguramente también en parte ha sido motivada directamente por la percepción. Vamos, un ejemplo claro de sinestesia, que es una figura que siempre me ha parecido tremendamente  llamativa y atractiva.

Posteriormente, en un experimento diferente estudiaron el camino contrario: cómo esa música creada por diferentes compositores como reacción a un sabor, puede ser después interpretada por diferentes oyentes con ese término de sabor. Para ello se tomaron 57 personas legas en el tema de la música, que oyeron una fracción de las improvisaciones creadas anteriormente. Curiosamente, los oyentes fueron capaces de averiguar en la mayoría de los casos el término sápido que había originado la composición.

La lectura del trabajo es curiosísima, pero ardua. Se aplican métodos matemáticos a las composiciones musicales, con medidas objetivas de un montón de parámetros, lo que permite objetivar los resultados. Es decir, no es ya que de la sensación de que una u otra improvisación me parezcan diferentes, sino que se extraen términos matemáticos que definen diferentes características de la composición que certifican esa diferencia.

Todo esto abre un mundo apasionante. ¿Por qué no los aromas? ¿Y por qué no con los colores o las formas de un cuadro? ¿Por qué no aprovecharse de la música para potenciar sabores? Por otra parte, esta revista promete; muchos artículos son curiosos y extravagantes.

El cuadro es “Strawberry Shortcake” de Lee Price.

7 pensamientos en “EL SABOR DE LA MÚSICA

  1. Lo que han comentado muchos cocineros de oler una rama de romero mientras catas una cazuelita de conejo ahora lo puedes aderezar con unos acordes ácidos y así te sabe a «conejo en escabeche».
    Muy interesante orges, como siempre que entro en tu blog, sorprendiendo al personal.
    Un abrazo.

  2. Gracias por el comentario Rodri.

    Sí, y si se queda corto de sal (o para los hipertensos) unos staccatos de violín en las sala mientras se sirve.

    Saludos

  3. Muchas gracias por el comentario, Just.

    Tenemos que inventar el «umami street» del siglo XXI. A ver quién da el primer paso.

    Por cierto, me ha encantado ver que tenéis en vuestra gama de productos esferificaciones varias. Hace ya unos años les sugería a diferentes empresas alimentarias que podría ser un producto interesante para restauración o catering, o incluso para consumo doméstico, pero todas me miraron raro.

    Saludos

  4. ya muchos restaurantes relacionan la música con la comida…tengamos en cuenta que es mucho más sabroso comer un platillo escuchando una música apropiada que hacerlo con una música distorcionada…pobres sentidos.
    Saludos desde México

  5. Pues sí, aquí el «raro» fuí yo, que me inventé una «máquina de esferificar». Ahora lo que más vendemos son perlas de limón&pimienta y de vinagre&chalotas en Francia para las ostras. En cambio en España no nos comemos un «rosco». No se si te acuerdas de mi, estuvimos el verano pasado en Alicia…

  6. Sí, me acuerdo de haber hablado sobre ello en ALICIA.

    Da la sensación de que aquí (y tal vez en Italia y Portugal) cuesta más introducir innovaciones en productos alimenticios. Tal vez sea porque pesa mucho la tradición, quién sabe.

    Saludos (y a ver si nos volvemos a ver en ALICIA)

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