El otro día, en la entrada sobre los artículos de Harold, se comentaban aquí en lamarga algunas de las razones por las que el ajo huele tan a ajo, tan intensamente, por qué provoca ese aroma bucal no siempre agradable para todo el mundo. Pues bien, qué casualidad que en un artículo publicado recientemente en el Journal of Food Science1, unos investigadores de la Universidad de Ohio (USA) explican cómo han comprobado que el consumo de leche disminuye la presencia en la boca de esos compuestos con aroma inequívocamente a ajo.
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¡LA LECHE!
La leche es el líquido secretado por las glándulas mamarias (ubres, pechos, tetas o mamas) de las hembras de los mamíferos para la alimentación de sus crías. Dicho así puede no resultar muy apetitoso, pero se trata sin duda alguna de unos de los manjares de la alimentación. Cuando se nombra de esta manera simple, leche, se hace referencia a la leche de la vaca, mientras que otras leches de consumo menos habitual llevan apellido (de cabra, de oveja, de burra, de búfala, humana…).
LEYENDAS: UNA DE LACTOSA
Tal vez la nutrición y los alimentos sean los ámbitos en los que mayor número de leyendas urbanas existen. Algunas, aunque peregrinas, llegan a tener una gran repercusión, como aquella que decía que los números que aparecen en los cartones de leche hacen referencia al número de veces que la leche ha sido devuelta a la industria y vuelta a procesar. Otras intentan tener un soporte científico, para lo que se suelen escoger un par de términos que tengan que ver con la bioquímica, la química o la fisiología, se barajan adecuadamente, y se consigue de esta manera una pátina de verosimilitud. En esta categoría entra de lleno la última leyenda que he oído.