¡QUE ESAS ALUBIAS NO TOQUEN MI FILETE!

Me he visto retratado en este artículo de la revista “Appetite”, realizado por investigadores de las universidades de Birmingham y Derby del Reino Unido, en el que comprobaban que en niños de entre 18 y 25 meses, el contacto de una comida que no les guste con un alimento que sí les guste, produce una disminución en el grado de aceptación de ese último alimento (el que les gusta), e incluso el total rechazo. Por supuesto que yo de esa edad no me acuerdo, pero a mi me siguió pasando después: imposible comer un trozo del chorizo más exquisito si este había sido parte del guiso de las alubias (que eran mi enemigo más terrible). Es más, aborrecía lo que hubiera sido tocado por el cucharon de servir aquellas comidas que no resultaban de mi agrado.

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VODKA: EL BUENO, EL MALO Y EL CARO

En 1997/98 estuve en el Foulum Research Center en Dinamarca como investigador postdoctoral. En la residencia había estudiantes, trabajadores e investigadores de diferentes nacionalidades, que de vez en cuando compartíamos las riquezas gastronómicas de nuestros países de origen. Entre ellos, una rusa, Elena, grande, extrovertida, con una voz atronadora, preparó en una de estas una sopa de verduras con nata ácida, acompañada en todo momento (antes, durante y después) por un vodka ruso frío, de una marca totalmente desconocida. Hasta entonces el vodka me había parecido siempre algo insulso y carente de matices que lo hicieran deseable, pero aquel era otra cosa: era exquisito, casi tanto como un buen aguardiente de orujo. Siempre que en alguna conversación entre amigos surge el tema del vodka, intervengo con aire de semiexperto, contando mi experiencia con un vodka “de verdad”. Ahora van y me quitan la razón y la ilusión.

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REFLEXIÓN (¿tonta?)

Hablando el otro día con unos amigos, surgió el tema de las comidas que no nos gustan nada, de los recuerdos infantiles de aquellos alimentos que odia(ba)mos. Nos pusimos a pensar y coincidíamos casi todos (o tal vez les obligué a que coincidiesen conmigo) en que, lo que hace que una comida nos parezca especial, deliciosa, sublime, suele ser el sabor (bueno, en realidad, el aroma, que el término sabor da lugar a equívocos). Que presente determinados matices que combinen adecuadamente, sin estridencias… Por supuesto, en un entorno de textura y presencia adecuadas, pero tal vez solamente la textura de un alimento no determine que este sea excepcional (o casi nunca lo hace). Sin embargo, el que una comida nos resulte desagradable a unos y no tanto a otros, suele tener más que ver con la textura. Las texturas viscosas suelen provocar rechazo en algunas personas (se comentó allí el pan mojado). A mí particularmente la textura “terrosa