MEMORIAS DE UNA MOLÉCULA DE ÁCIDO OLEICO (HOMENAJE AL JAMÓN QUE ME ACABO DE TERMINAR)

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Nací en una mañana soleada de verano. Cuando comencé a existir había ya muchas como yo alrededor, todas apretadas en una masa un poco arenosa y amarillenta, y protegidas del sol impenitente por una coraza verde y una absurda y divertida boina grisácea, en lo alto de un árbol anciano pero robusto. Poco a poco el habitáculo fue creciendo, rellenándose de más como yo, pero también de otras de diferentes tamaños y formas. Pasado el tiempo, empezó a hacer fresco y a llover. La superficie antes amarillenta que se extendía bajo la base del árbol que me sostenía, se convirtió en verde, con aspecto mullido y acogedor. El exterior de nuestro habitáculo, la coraza, se hizo marrón. Todas ardíamos en deseos de caer, de ejecutar nuestro único y breve vuelo. Todas abrigábamos la esperanza (la esperanza es tan frágil que necesita ser abrigada, dice Javier Cercas) de comenzar la lenta transformación en la que, con nuestra ayuda, la nave que habitábamos se convertiría en otro rotundo árbol como el que nos sostenía. Y llegó el día. Era una mañana fría y húmeda. El vuelo duró apenas un par de segundos; después unos pocos rebotes y empezamos a percibir el gélido contacto del manto verde, que esa mañana aparecía blanquecino y lleno de miles de gotas.

La aventura había comenzado, pero en un par de horas los planes se fueron al garete. Apareció un tremendo monstruo de color negro, con un enorme hocico, que iba engullendo, una tras otra, todas las cápsulas marrones que habían caído del árbol. Y pronto nos toco a nosotras. Un par de mordiscos y la nave reventó, la cascara fue expulsada de nuevo al exterior, y nosotras nos adentramos en una oscuridad amenazante, rodeadas de ruidos, jugos, vellosidades, conductos y miles de cosas innombrables. Apenas podía mantener el contacto con el resto de mis compañeras de nave, hasta que repentinamente, sin previo aviso, fui succionada como en un truco de magia, y me encontré pasando a través de diferentes cortinas, hasta caer en un torrente que me arrastró dando tumbos por curvas y desvíos. Tras un tiempo que se me hizo interminable, de nuevo volví a ser succionada y de nuevo las cortinas, hasta acabar en un pequeño depósito donde había muchas como yo, pero también otras parecidas. Algunas que ya llevaban un tiempo, las más ancianas, nos contaban a las recién llegadas que había millones de saquitos como este ahí fuera, todos blancos y casi líquidos, todos en el interior de una cápsula (otra) hinchada a reventar. Y así pasamos un tiempo, viendo llegar a otras como nosotras, estando cada vez más apretadas, pero en un ambiente cálido, seguro y agradable.

Una mañana, el monstruo en el que debíamos estar viviendo, empezó a moverse más temprano de lo habitual, ejecutando además unos movimientos muy bruscos, del todo anormales en su habitual tranquilidad. Y los sonidos, que llegaban normalmente lejanos y amortiguados del exterior, se hicieron agudos e insoportables. Después vinieron ruidos extraños, golpes, voces, chirridos. Al poco tiempo sobrevinieron unos temblores espeluznantes, y no mucho después comenzó a bajar la temperatura. Tiritábamos de frío y nos íbamos apretando unas contra otras, hasta quedar todas hechas un amasijo, de tal manera que lo que antes era un lago semilíquido se convirtió en una masa casi consistente, como plastilina. Al rato nadie dudaba de que el monstruo, nuestro animal totémico que nos albergaba y nos enviaba puntualmente más compañeras, había muerto.

Más ruido, más voces. Y de repente un susto de muerte: una superficie plana y afilada, como un espejo de hielo, paso rozándonos e inmediatamente volvimos a ver la luz. Por primera vez pude ubicarme espacialmente, y me di cuenta de que había estado viviendo en una de las extremidades traseras del animal, que por cierto, había quedado separada del resto de las partes que lo componían, y todas ellas yacían ahora repartidas y en constante y vertiginoso movimiento por encima de una mesa, también fría y reluciente, manejadas por seres vestidos de blanco de macabra habilidad.

Y después siguió el trajín: nos cubrieron con una arena blanca que sabía intensamente, y nos dejaron enterradas, siempre con un frío intenso y una humedad cruel. A los pocos días nos desenterraron, cepillaron la extremidad y nos colgaron cabeza abajo en una sala oscura con mucha ventilación. A partir de aquí, poco a poco, las condiciones comenzaron a mejorar: el ambiente se hizo más seco y subieron muy lentamente las temperaturas. Tanto, que al cabo de los meses el calor era agobiante. El entorno volvió a ser semilíquido, todo se movía con facilidad, lubricado. Eso provocó que muchas de mis compañeras resbalaran y formaran gotas que caían al suelo en un vuelo que nos recordaba mucho al de la caída del árbol. Otras no aguantaban el calor, empezaban a mostrar extraños síntomas y deformaciones en su superficie. Esos procesos parecían contagiosos, porque las hermanas que estaban cerca acababan sufriendo los mismos ataques hasta que se rompían en mil moléculas, con aromas muy agradables que atraían a otras hacía el lugar del epicentro de la enfermedad. Con un esfuerzo tenaz, me alejé de aquel olor hipnótico y conseguí librarme de los mortales síntomas. Creo que en gran parte logré salvarme por la protección de una simpática compañera, que por la forma que tenía no parecía de mi familia. Cada vez que una de las hermanas infectadas se acercaba, mi nueva compañera me protegía y me salvaba (o eso intuía yo que ocurría, porque ella lo hacía sin aparente esfuerzo) de esa muerte desmembrada y olorosa.

Así estuvimos durante mucho, mucho tiempo. La temperatura era agradable y, exceptuando la amenaza de toparse con una hermana con la enfermedad, la vida era tranquila, sin sorpresas. Pero nuestro sino era sufrir periódicamente sobresaltos. Un buen día notamos que nos movíamos violentamente. Unas manos fuertes frotaban la superficie de la extremidad (o lo que había sido la extremidad) con una crema formada por millones de compañeras como yo o muy parecidas. Manteca nos dijeron que se llamaba la crema. Después más movimiento y otra vez la oscuridad: nos taparon con un papel blanco y una especie de manta. Al final, tras miles de botes, sacudidas, sonidos de diferentes tonos, rugidos y un olor penetrante (a gasolina nos dijeron las compañeras de la manteca, que ya habían viajado antes), llegamos a otro lugar tranquilo. Salimos del encierro, y pudimos ver multitud de cachivaches, negros, rojos, como espejos unos, redondos otros, con asas, con mangos. Poco tiempo dio a observar nada, porque apareció entonces otro animal como los que debían haber dado muerte al monstruo negro, y con un extraño y largo artilugio en la mano comenzó a cortar aquí y allá, con método y parsimonia. Algunas compañeras se quedaron sobre la mesa, y después acabaron (podía verlo desde la altura) en un cubo que no parecía oler muy bien. Estaba despidiéndome de un grupo, cuando noté que el afilado instrumento pasaba rozándome por debajo; una de las manos del ser alzó entonces la fina y pequeña porción en la que yo me encontraba y la transportó hasta su boca. Y allí otra vez vuelta a empezar: oscuridad y fluidos y movimientos y otra vez succionada y otra vez por el torrente de las curvas y la revueltas (todos los monstruos deben ser iguales por dentro), hasta aterrizar de nuevo en un pequeño saquito con otras muchas como yo. Esta vez estoy más informada: una veterana me ha comentado que estamos en la grasa, justo debajo de la piel a la altura del abdomen, de un hombre calvo, que vive razonablemente bien. Aquí la vida es tranquila, y parece que no hay riesgo de que a este ser lo sacrifiquen como al otro. Mi intención es acabar aquí mis días, contándole a las novatas mi noble origen. Parece que el único peligro de muerte es que nuestro hospedador deje de ingerir suficientes alimentos y tenga que usarnos como fuente de energía (una veterana me comento que es una muerte atroz). Visto el apetito de este elemento, no creo que corramos ningún riesgo.

13 pensamientos en “MEMORIAS DE UNA MOLÉCULA DE ÁCIDO OLEICO (HOMENAJE AL JAMÓN QUE ME ACABO DE TERMINAR)

  1. aplausos!! me ha encantado! desde luego esto con tu permiso me lo agencio porque desde luego es genial. un saludo!

  2. Creo que el círculo se ha cerrado… Lo del “Jamón picante” que comentabas a principios de mes… ¿No serían unas moléculas de ácido oleico que se no se resignan a su destino y al ponerse de mala leche agrían el tema?
    El cuadro me gusta y no indicas la autoría… ¿Escuela Alemana? El equilibrio en la organización de las formas denota a alguien inteligente… ¿Una mujer quizás?…
    Salut!

  3. Lavacaquerie, estoy seguro de que si perdonas al jamón habrá alguien que lo agradezca porque tocará a más.
    Mascar, efectivamente era el mismo jamón que el de aquel post sobre el picante. Tu teoría sobre el picante es digna de estudio. Ya sabes que hay grupos por ahí que piensan que las moléculas tienen su personalidad y tal.
    Y el cuadro lo encontré por ahí, sin nombre. Una mujer? Probablemente
    Gracias

  4. Veo un estupendo capitulo de esos dibujos animados que mucho hemos visto erase una vez el cuerpo humano.¿no?

  5. “Érase una vez los alimentos”? Bufff, me imagino que las bacterias serían los malos, pero tendrían que distinguir las alterantes o las patógenas de las que tiene efectos tecnológicos, o incluso saludables. También los radicales libres, pero si no hay oxidación no hay aroma en muchos casos. También el colesterol y los ácidos grasos saturados, y la sal, y los tóxicos. Pero entonces qué pasaría con el capítulo de los productos cárnicos o los quesos?. Y quiéness serían los buenos… las vitaminas, la fibra… No, aquí en los alimentos ese maniqueísmo de “lo bueno” y “lo malo” no funciona (aunque les pese a muchos), y esas series se basaban en eso: malos y buenos.
    Saludos Sergi

  6. Sencillamente genial, bonito, explícito, claro… La ciencia contada como un cuento demuestra que es pura existencia. Sólo espero poder enviarle nuevas compañeras a la veterana molécula que se encuentra en la grasa del abdomen de ese hombre calvo… El otro día, el viernes por la tarde, abrimos el primero de la montanera de 2006… ¡¡que escándalo, espectacular, cuantas moléculas… y yo que sé cuantas cosas más…!!
    Enhorabuena por la genialidad de tus artículos…
    Un saludo, Javier.

  7. Javier, que me pongo colorado. Además, el culpable es tu jamón, que me emborracha.
    Me acabo de terminar uno y ya me pones los dientes largos con la montanera de 2006… así no hay quien guarde la línea.
    Un abrazo

  8. Ya será menos lo de la barriga, llorón. A ver si en una cardio carrerita de esas que te echas la vas a masacrar a la pobre gota. Nos vemos, un saludito.

  9. Cristina, eso es que tú me miras con buenos ojos. La barriguita existe (ya lo creo), y no hay manera de masacrar a todas esas p… moléculas por más que uno se deja la piel en el intento. Creo que el problema reside en que les consigo refuerzos con mucha frecuencia.
    Saludos

  10. Órquez, sencillamente gigante. Tu bendita avería mental, que creo conocer bien, afortunadamente no conoce límites. Enhorabuena y un gran abrazo.

  11. Santiago,

    Gracias hombre. Me he enterado hoy que, con una redacción infinitamente mejor, pero con la misma idea, Primo Levi escribió «El sistema periódico» (o La tabla periódica). He leído solamente unos fragmentos, pero pinta muy bien.

    Un abrazo

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