MEMORIAS DE UNA MOLÉCULA DE ÁCIDO OLEICO (HOMENAJE AL JAMÓN QUE ME ACABO DE TERMINAR)

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Nací en una mañana soleada de verano. Cuando comencé a existir había ya muchas como yo alrededor, todas apretadas en una masa un poco arenosa y amarillenta, y protegidas del sol impenitente por una coraza verde y una absurda y divertida boina grisácea, en lo alto de un árbol anciano pero robusto. Poco a poco el habitáculo fue creciendo, rellenándose de más como yo, pero también de otras de diferentes tamaños y formas. Pasado el tiempo, empezó a hacer fresco y a llover. La superficie antes amarillenta que se extendía bajo la base del árbol que me sostenía, se convirtió en verde, con aspecto mullido y acogedor. El exterior de nuestro habitáculo, la coraza, se hizo marrón. Todas ardíamos en deseos de caer, de ejecutar nuestro único y breve vuelo. Todas abrigábamos la esperanza (la esperanza es tan frágil que necesita ser abrigada, dice Javier Cercas) de comenzar la lenta transformación en la que, con nuestra ayuda, la nave que habitábamos se convertiría en otro rotundo árbol como el que nos sostenía. Y llegó el día. Era una mañana fría y húmeda. El vuelo duró apenas un par de segundos; después unos pocos rebotes y empezamos a percibir el gélido contacto del manto verde, que esa mañana aparecía blanquecino y lleno de miles de gotas.

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COMER CON FE

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Y no se trata de la actitud religiosa para con la comida que adoptan algunos, confiando ciegamente en los poderes curativos y milagrosos de determinados alimentos (los “naturales”, los “vegetales”, los “puros”…) y demonizando a otros, que son encarnación del mal, responsables de la enfermedad, complot de la modernidad contra la salud humana. No, los tiros no van por ahí.
Entre los determinantes del consumo de alimentos en las diferentes culturas, la religión juega un papel destacado, prohibiendo determinados alimentos y santificando otros (curiosa similitud con la actitud de los talibán de la alimentación “pura” ¿no?). En un artículo del Dr. Jesús Contreras publicado por la Fundación Medicina y Humanidades Médicas, se detallan algunos de los tabúes alimenticios ligados a las religiones mayoritarias, así como determinada simbología religiosa asociada a alimentos como el pan o la carne. El artículo entero merece la pena, pero a mí me resultan especialmente interesantes los asuntos agroeconómicos ligados a la religión. Se comenta en esta revisión cómo algunos investigadores (muy especialmente Marvin Harris, en su famoso libro “Bueno para comer”, muy recomendable: está en Alianza) opinan que determinadas prohibiciones religiosas tiene más que ver con razones de subsistencia que con la simbología o con lecturas místicas. Uno de los casos más debatidos es el de la prohibición de comer carne de cerdo, que es común a religiones como la judía y musulmana y otras del medio oriente.

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