LA MORCILLA, EL TRIGÉMINO, LA CALVA Y LA SUDORACIÓN REPENTINA

Llevo unos días experimentando en mis carnes una sensación extraña y novedosa, lo que a mis …taytantos años de edad no es muy corriente. Desde el sábado pasado estoy dando buena cuenta de una excelente morcilla de Guadalupe. Se trata de un manjar típico de ese precioso pueblo de la comarca de las Villuercas, al noreste de la provincia de Cáceres. Y aunque es difícil decidirse por un tipo, porque a mi humilde entender, todas las morcillas son exquisitas (no sé si debe a la presencia de algún gen vampírico), la de Guadalupe es sin duda una de las mejores. En su elaboración más tradicional incluye una cantidad generosa de tocino de cerdo, berza, sangre (por supuesto, es lo que distingue a este producto; un día hay que dedicarle una entrada a la sangre y las morcillas), cebollas y algunas especias y condimentos, que varían de una casa a otra. Y es en esas especias donde recae la responsabilidad del efecto que mencionaba al comienzo de esta entrada.

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QUESO ASTRINGENTE

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Ayer, cenando en Atrio (impresionante, como siempre) probé un queso excepcional de Aldeacentenera de leche de cabra, cremoso y muy fuerte: ¡Espectacular! Y me puse a pensar en el intenso quesito extremeño. Cuando en lo relativo a los quesos se dice “muy fuerte”, creo yo que se hace referencia fundamentalmente a tras aspectos diferentes, que en muchos casos van unidos: un aroma muy intenso, con matices que rozan los olores desagradables (calcetines, putrefacto…), un sabor muy intenso a curado y una sensación bucal astringente con matices incluso picantes en la lengua y fondo del paladar.

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JAMÓN PICANTE

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Normalmente, a uno le enseñan en el colegio que existen cinco sentidos: gusto, olfato, vista, tacto y oído. Está claro que esta lista se queda muy corta. Por ejemplo, se puede percibir frío y calor, la posición relativa de las distintas partes del cuerpo, la presión que ejercen los músculos y que transmiten los tendones (la textura de un alimento en la boca es un ejemplo de muchas sensaciones percibidas conjuntamente: tacto, temperatura, presión, posición relativa de articulaciones y encías, incluso sonido ….), el equilibrio, el dolor… Entre otras sensaciones excluidas de esa definición sencilla están las denominadas quimestésicas, que también son conocidas como trigeminales, haciendo referencia al nervio trigémino, quinto par craneal, que las vehicula. ¿Qué sensaciones son estas? Bueno, pues son aquellas que responden a estímulos químicos, es decir, a determinados compuestos, concretamente a aquellos que producen picor (pimienta, pimientos, mostaza…), pero también a los que producen sensación de frescor (menta, eucalipto…) y astringencia (polifenoles, taninos…). Todo esto no es tan sencillo y tan claro. Otros también clasifican algunas de estas sensaciones (la del picante, por ejemplo) dentro de las sensaciones de dolor. En cualquier caso, esas sensaciones no son sabores, pero está claro que todo el mundo sabe experimentarlas y las distingue.

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OTRAS SENSACIONES

imageAdemás de las sensaciones clásicas, aspecto, olor (y/o aroma retronasal), textura y sabor (y con la enorme complejidad de cada una de ellas), existen otro tipo de percepciones (quimiostésicas o quemostésicas, no estoy ahora mismo seguro, lo buscaré) cuando se consumen algunos alimentos, no incluidas en las anteriores. Tal vez las más llamativas y extendidas son el picante (que no es ni un aroma ni un sabor) y el “frescor” (el propio de la menta o el eucalipto). Las investigaciones sobre las bases fisiológicas y bioquímicas implicadas en estas percepciones han avanzado espectacularmente, pero aún quedan muchas preguntas sin resolver. No obstante, es claro que estas percepciones existen, y si no que se lo pregunten a los mejicanos (grandes consumidores de chile) o a los dueños de las compañías de chicles (los más consumidos son los de menta con diferencia).
Un grupo de investigadores de la Universidad de Nottinghan ha estudiado la interacción entre el “frescor” creado por el mentol, la percepción de diferentes aromas y el color, empleando para ello distintos zumos.

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PETA-ZETA: AZÚCAR SALTARÍN (recuperado)

Los mayores de 35 años seguramente recordarán una golosina que se comercializaba con el nombre de “peta-zetas”, que básicamente consistía en unos sobres (los recuerdo de color azul) que contenían una especie de granos de azúcar, bastante más gruesos de los habituales, que al introducirlos en la boca chisporreteaban y saltaban.
En su momento desaparecieron del mercado. Ya por aquel entonces, sin necesidad de internet, existían las leyendas urbanas, y en ese caso concreto se corrió el rumor de que el producto había sido retirado por ser tóxico. Me debió causar un gran impacto la sensación que provocaban en la boca, porque años después, ya inmerso en el mundillo de los alimentos, me preguntaba cómo se podían generar esas características. Bueno, me interesaba, pero no tanto como para ponerme a buscarlo, que uno es vago para según qué cosas. Bien, así por casualidad ahora me he enterado de cómo funciona el asunto (por cierto, creo que Adriá lo utiliza para alguna receta, pero su uso culinarioa a algunos no parece hacerles mucha gracia). Es de lo más sencillo pero difícilmente reproducible en casa: consiste en fundir azúcar a elevadas temperaturas (es decir, elaborar caramelo), y una vez líquido, someterlo a altas presiones de CO2. Al solidificar, las burbujas de CO2 (que son pequeñísimas por efecto de la elevada presión) quedan atrapadas en el caramelo sólido. Éste después se tritura hasta el tamaño deseado. Al introducir el caramelo en la boca y fundirse, el CO2 provoca la acción chisporreante. Aquí hay un enlace en el que lo explican mejor.